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jueves, 25 de abril de 2024 00:00h.

Ascensión al Teide: Sensaciones a 3.718 metros de altitud

Con nuestras espaldas equipadas empezamos a ascender desde Montaña Blanca, a unos 2.700 metros de altura en las Faldas del Teide. La primera parte del camino es en todo momento tranquila y asumible. Subes por una pista ancha y con un desnivel suave pero progresivo.

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Fotos: Cristina García del Castillo

El paisaje es árido y marrón. Muchas piedras, piensas, pero es normal, es lava, o lo que los isleños llaman “los huevos del Teide”.

El camino de repente cambia de aspecto. Atrás queda la pista ancha, donde podíamos ir conversando tranquilamente, y empieza una fuerte subida, llena de piedras y rocas, que era pronunciada y constante en todo momento. Poco a poco empezabas a notar que el viento soplaba, señales que indican que una cima, la más alta del país, estaba cerca.

Al inicio de esa pendiente también encuentras una pequeña explanada con grandes rocas, donde aprovechamos y paramos, dimos unos tragos de agua y repusimos fuerzas. En realidad no sabíamos con exactitud cuánto faltaba para llegar al refugio, ya que el sendero no está marcado de ninguna de las formas; simplemente lo que te recomiendan desde Montaña Blanca es que no abandones nunca el sendero más marcado. Esto suponía, en según qué tramos, parar y observar bien por dónde debías pisar la próxima vez.

Cargadas de energías, de nuevo seguimos hacia delante. Quizá en este último tramo, antes de llegar al refugio, el ritmo de marcha empezó a menguar; aun habiendo “repostado”, el paso cada vez era algo más lento: la altura empezaba a hacer presencia y el aire cada vez era más fuerte.

 

Llegada al refugio

Empezaba un olor nuevo, un olor que recuerda a alcantarillas y cloacas, pero a esa altura pocos son los sistemas de alcantarillado que existen, por no decir ninguno. Era el olor del azufre el que se sentía, que dependiendo de cómo soplaba el viento era más o menos perceptible. La cima del Teide estaba muy cerca y, a pesar de esa aproximación, mirabas hacia arriba y ni rastro de la cumbre.

Desde el último alto en el camino al refugio tardamos poco más de una hora. Llegamos tan pronto que estaba vacío, libre de gente, libre de ruidos. Tuvimos la gran suerte de poder aprovechar los últimos coletazos de aquel sol de septiembre y descansar contemplando aquella bonita panorámica de Tenerife Norte y de las Canarias en general. El Atlántico era nuestro. Era nuestro momento.

 

 

A falta de 500 metros para nuestro objetivo, éste seguía sin mostrarse, tan sólo con la sombra del atardecer logramos ver la silueta del pico. Parecía que podíamos tocarla con la punta de los dedos.

Pronto empezó a soplar de nuevo el viento y a oscurecer; con ello, un cambio brusco de temperatura. Era hora de cenar y descansar.

Dentro del refugio la muchedumbre reinaba, todos con una misma pregunta: ¿A qué hora amanece?

A las 5 de la mañana abrimos los ojos y, muy despiertas, nos preparamos y empezamos a subir. El viento era soportable, igual que el frío. Estábamos a 150 metros de la cima cuando empezó a soplar de una manera salvaje. Este último esfuerzo se hizo titánico; agarradas a las rocas para no caer, subimos el último tramo.

 

Llegada a la cumbre

A nuestras espaldas empezaba a clarear el día y, sin saber que ya estábamos en la última roca, hicimos cima antes de las 7:30 am (hora insular). Fuimos las primeras de ese 21 de septiembre en hacer la cumbre del Teide.

Poco a poco llegaba la gente, esas mismas personas con las que habíamos pasado la noche, a cuál más emocionada, y todos nos colocamos para la inminente salida del sol.

Un silencio estremecedor nos acompañaba a las 7:50 am, el sol empezó a salir y en cuestión de segundos vimos amanecer un nuevo día a 3.718 metros de altura: estábamos en el Teide.

 

 

Poco tardamos en bajar, pues el frío era poco soportable y el viento tajante. El descenso fue muy rápido, a pesar de todas las rocas, piedras y “huevos”.

Una vez finalizado el trekking, fuimos a informarnos de las condiciones meteorológicas de ese mismo día en el pico del Teide, pues la curiosidad nos comía por dentro, con la sorpresa de ver que ni siquiera el funicular funcionaba por el viento.

Aquel día soplaba a 94 km/h y, a pesar de esas rachas, mi compañera y yo logramos alcanzar la cima más alta del país, coronamos el Teide.